Como un inglés de apellido Cohen decidió convertirse al judaísmo

LOS ANTISEMITAS ME HICIERON JUDÍO

Por qué me estoy convirtiendo en un judío y porque tú también puedes hacerlo.

Nick Cohen theguardian, Abril 6/2016

milim230-01Tardé 40 años en convertirme en un judío. Cuando era un niño, yo no era judío y no sólo porque nunca fui a una sinagoga.

La familia de mi padre había abandonado su religión por lo que no era judío. A punto tal que mi madre y mi abuela no eran judías, ya sea, por lo que de acuerdo con los principios de la descendencia matrilineal ortodoxa del judaísmo,  era imposible que yo fuera judío. Todo lo que tenía era el apellido “Cohen“. Una vez pregunté a mis padres por qué no lo habían cambiado. Después de decir, con razón, que nunca se debe tratar de apaciguar a los racistas, confesaron que habían creído que el antisemitismo había terminado en la década de 1960. Después de que Hitler condujo el odio más loco del mundo y sin ninguna duda la humanidad lo vio, resolvieron dejarlo de lado. Bertolt Brecht dijo: ” Hombre, no te alegres de su derrota. Porque aunque el mundo se ha puesto de pie y se detuvo al bastardo, la puta que lo parió está en celo de nuevo”. Mis padres no creían en Brecht, al menos no en la década de 1960. Ni  lo hicieron durante un tiempo.

Fui y sigo siendo un ateo que sabe que la política de identidad comunaría destruye la individualidad.  No deseaba unirme a una tribu, y mucho menos a una religiosa.

Aún no había escapado del “Cohen”, cuando por primera vez respondí al antisemitismo que se ha extendido en este momento hasta la ideología dominante de la extrema izquierda que ahora amenaza con envenenar el  Partido Laborista,  me avergüenza decir que yo consideraba dos respuestas vergonzosas.

Yo podía, pensé, no dejar de oponerme  a la ocupación israelí de Cisjordania, y continuar prometiendo apoyo a las izquierdas israelíes y palestinos que querían una solución justa y pacífica para ambos pueblo. Me hubiera gustado tranquilizar a los fanáticos sobre que su “antisionismo” (es decir, su llamado a la destrucción total del único Estado judío del mundo) no era remotamente racista. Afortunadamente para mi auto respeto, nunca llegué a caer tan bajo. Cada vez que escucho a judíos  anunciando su odio a la existencia misma de Israel, sospecho que debajo de su sonora grandilocuencia están tratando de tranquilizar a los islamistas y a los neonazis que podrían hacerles daño con esta especie de disculpa: “Yo no soy como los demás. No se metan conmigo”.

Bertolt Brecht

Bertolt Brecht

Desafortunadamente, le aseguré a cualquier persona que me lo preguntó (y algunos que no lo hicieron) que, a pesar de las apariencias en contrario, yo no era judío. Y eso era muy  deshonroso. Sonaba como un hombre negro tratando de  hacerse pasar como blanco o un alemán argumentando con la Gestapo que había un error en su documentación.  Me detuve aceptando que el racismo cambia tu percepción del mundo y de sí mismo. Te conviertes en lo que tus enemigos dicen que eres. Y si no quería avergonzarme de mi mismo, tenía que convertirme en un judío. Un judío bastante extraño, sin duda: un ateo militante que tuvo que llamar a un amigo para preguntarle por el significado de la expresión mazel  tov. Sin embargo, un judío.

ES importante ver la reacción que suscita en alguien que es liberal, que se supone que es abierto y comprensivo con las vidas ajenas, cuando le cuentas que te has convertido al judaísmo o que has redescubierto tu “patrimonio” judío.

En ese momento experimentarás por primera vez el racismo, que en sí mismo sería una “experiencia de aprendizaje” que vale la pena tener. También puede ser que aprendas la lección esencial de que el antisemitismo no se trata de judíos. Como la violación, se trata de poder. Si la teoría de la conspiración antisemita se despliega por los nazis alemanes o los dictadores árabes, franceses antidreifusards o clérigos saudíes, el argumento es siempre el mismo. Democracia, un poder judicial independiente, la igualdad de los derechos humanos, la libertad de expresión y de publicación – todas estas “supuestas” libertades – no son más que estafas que esconden las maquinaciones de los gobernantes judíos secretos del mundo.

Describir la fantasía sanguinaria que los imperios zaristas y nazis desarrollaron  como ya sabemos, es imposible entender cómo el Partido Laborista está en peligro de convertirse en algo parecido por la cantidad de racistas que atrae. Pero teniendo en cuenta la cantidad de activistas de izquierda, instituciones o académicos que estarían de acuerdo con una versión más educada, uno puede comprenderlo. Los gobiernos occidentales son la principal fuente de los males del mundo. El “lobby israelí” controla la política exterior occidental. Israel mismo es la “causa y raíz” de todos los terrores de Oriente Medio, de la guerra de Irak al Estado islámico. El racismo educado convierte a los judíos, una vez más, en demonios con el poder sobrenatural para manipular y destruir naciones.

O como la canciller sueca, Margot Wallström, que se ve a sí misma como feminista en lugar de una conspiradora racista,  explicó recientemente, los ataques islamistas en París eran culpa de los ocupantes israelíes en Cisjordania.  O de lo contrario considerar la extraña y bizarra indulgencia con que personas que se autodefinen como liberales e izquierdistas se manifiestan frente a los ultra extremistas religiosos de extrema derecha. La creencia de que los judíos echan leña al fuego del Islam extremista, les permite pasar por algo la superstición y la tiránica negación de igualdad de derechos que practican. Están contra la existencia del Estado de Israel y eso es todo lo que importa.

Podría describir con todo detalle el virulento disgusto de los amigos judíos que son miembros del Partido Laborista que eligieron a Jeremy Corbyn, a pesar de su apoyo a un clérigo anglicano que acuerda con los grupos extremistas que culpaban a los judíos de los atentados en Nueva York que tuvieron lugar el 11 de septiembre y su defensa de un islamista que recicló el libelo sacado desde el fondo de un montón de estiércol medieval de que los judíos cenan con la sangre de niños cristianos.

Pero incluso si expulsan a un laborista por sus actitudes antisemitas o disciplinan a los hostigadores de los judíos en el Club Laborista de la Universidad de Oxford, no veo cómo sus líderes pueden cambiar su visión conspirativa del mundo que sostienen desde hace décadas. Sería renunciando a todo lo que creyeron  una vez.

Como alguien que advirtió sobre la creciente oscuridad de la izquierda, soy pesimista sobre las posibilidades de cambio. Si alguien se limita a gritar “fuego” y los bomberos no llegan, la casa se quemará hasta el piso. Pero tal vez la familiaridad engendra desprecio y no soy el mejor juez. Si los miembros del Partido Laborista quieren romper con el pasado y aliarse con reaccionarios religiosos que niegan los Derechos Humanos y odian cada valor que ha profesado la centro izquierda, ellos tendrán que aprender a tratar con igualdad a todos los racismos.

Tendrán que acceder a un breve conocimiento de la historia europea y entender que la izquierda no tiene inmunidad garantizada contra la ideología fascista. Tendrán que ver el antisemitismo como lo que es y entender por qué siempre conduce al despotismo y la desesperación. Al igual que yo, en fin, y aunque sea brevemente, que tendrán que ser judíos ellos mismos.

Tradujo:  Alicia Benmergui 

Fuente: Nick Cohen theguardian, Abril 6/2016

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