EL VIAJE DEL ST. LOUIS: Recordando los 80 años de esta tragedia
El viaje del St. Louis
El 13 de mayo de 1939, el transatlántico alemán “St. Louis” partió desde Hamburgo (Alemania) hacia La Habana (Cuba). A bordo viajaban 937 pasajeros. Casi todos eran judíos que huían del Tercer Reich. La mayor parte eran ciudadanos alemanes, algunos provenían de Europa Oriental y unos pocos eran oficialmente “apátridas”.
La mayoría de los pasajeros judíos habían solicitado visados para los Estados Unidos y tenía planeado permanecer en Cuba sólo hasta que pudieran entrar en dicho país. Durante la travesía del “St. Louis”, hubo sin embargo indicios de que las condiciones políticas en Cuba podrían impedir que los pasajeros desembarcaran allí. El Departamento de Estado de los Estados Unidos en Washington, el consulado estadounidense en La Habana, algunas organizaciones judías y agencias de refugiados estaban al tanto de la situación. Desafortunadamente, los propios pasajeros lo ignoraban y la mayor parte de ellos serían enviados de vuelta a Europa.
Antes incluso de que el barco zarpara, los propietarios del “St. Louis”, la línea entre Hamburgo y América, sabían que era posible que los pasajeros tuvieran problemas para desembarcar en Cuba. Pero los pasajeros, que tenían en su poder certificados de descarga emitidos por el Director general de inmigración cubano, desconocían que, ocho días antes de que el barco zarpara, el Presidente cubano Federico Laredo Bru había emitido un decreto que invalidaba todos los certificados de descarga. Para entrar a Cuba era necesario contar con una autorización por escrito de la Secretaría de Estado y de Trabajo de Cuba y el pago de un bono de 500 dólares. (Los turistas de EE.UU. estaban exentos de pagar el bono.)
El viaje del “St. Louis” atrajo la atención de una gran cantidad de medios de comunicación. Incluso antes de que el barco saliera de Hamburgo, los periódicos derechistas cubanos, que albergaban sentimientos pro-fascistas, anunciaron la inminente llegada de la nave y solicitaron que se pusiera fin a la continua admisión de refugiados judíos. Cuando se denegó la entrada a Cuba a los pasajeros del “St. Louis”, la prensa estadounidense y europea llevó la historia a millones de lectores de todo el mundo. A pesar de que por lo general los periódicos estadounidenses relataban la situación de los pasajeros con un alto grado de compasión, sólo unos pocos sugirieron que los refugiados deberían ser admitidos en los Estados Unidos.
Sin saberlo, los pasajeros iban a convertirse en las víctimas de una amarga lucha interna entre los integrantes del gobierno cubano. El Director general de la oficina de inmigración del país, Manuel Benítez González, se encontraba bajo el escrutinio público debido a la venta de los certificados de descarga. De forma rutinaria, había vendido dichos documentos por 150 dólares o más y, según las estimaciones realizadas por los oficiales estadounidenses, había amasado un fortuna personal de entre 500.000 y 1.000.000 de dólares. A pesar de que era el protegido del Coronel en jefe del ejército cubano (y futuro presidente) Fulgencio Batista, la corrupción de Benítez y los beneficios que había amasado alimentaron el resentimiento del gobierno cubano, lo cual llevó a su dimisión.
Cuando el “St. Louis” llegó al puerto de La Habana el 27 de mayo, sólo se permitió el desembarco de 28 pasajeros. Seis de ellos no eran judíos (4 españoles y 2 cubanos). Los restantes 22 pasajeros disponían de documentos de entrada válidos. Otro pasajero terminó en el hospital de La Habana tras un intento de suicidio.
La hostilidad contra los inmigrantes tenía otras dos raíces: el antisemitismo y la xenofobia. La creciente aversión se veía alimentada por los agentes de Alemania, así como por los movimientos de derecha locales, como el partido nazi cubano. Varios periódicos de La Habana y de las provincias fomentaron estos sentimientos al publicar acusaciones de que los judíos eran comunistas. Tres de los periódicos (Diario de la Marina, Avance y Alerta) eran propiedad de la influyente familia Rivero, que apoyaba de forma incondicional al líder fascista español Francisco Franco.
Los informes sobre la llegada del “St. Louis” provocaron una enorme manifestación antisemita en La Habana el 8 de mayo, cinco días antes de que el barco zarpara de Hamburgo. Esta manifestación antisemita, la más grande en la historia de Cuba, había sido patrocinada por Grau San Martín, un ex presidente cubano. El portavoz de Grau, Primitivo Rodríguez, urgió a los cubanos a “luchar contra los judíos hasta echar al último”. La manifestación atrajo a 40.000 personas. Otros miles la escucharon por la radio.
El 28 de mayo, el día después de que el “St. Louis” llegara a La Habana, Lawrence Berenson, un abogado que representaba al Comité Judío Americano para la Distribucíon Conjunta (JDC), llegó a Cuba para negociar en nombre de los pasajeros del “St. Louis”. Berenson había sido presidente de la Cámara de comercio cubano-estadounidense y tenía amplia experiencia empresarial en Cuba. Se reunió con el Presidente Bru, quien se negó a permitir que los pasajeros entraran al país. El 2 de junio, Bru ordenó que el barco se marchara de aguas cubanas. Pero mientras el “St. Louis” navegaba lentamente hacia Miami, las negociaciones continuaron. Bru se ofreció a admitir a los pasajeros si el JDC abonaba un bono de 435.500 dólares (500 dólares por pasajero). Berenson realizó una contraoferta, que Bru rechazó, y luego rompió las negociaciones.
El “St. Louis” navegaba tan cerca de Florida que los pasajeros podían ver las luces de Miami y enviaron un telegrama al Presidente Franklin D. Roosevelt para solicitarle refugio. Roosevelt nunca respondió. El Departamento de Estado y la Casa Blanca ya habían decidido no permitirles la entrada a los Estados Unidos. Un telegrama del Departamento de Estado enviado a un pasajero informaba de que los pasajeros debían “esperar su turno en la lista de espera y luego cumplir con los requisitos necesarios para obtener el visado de inmigración para ser admitidos en los Estados Unidos”. Los diplomáticos estadounidenses en La Habana solicitaron al gobierno cubano que admitiera a los pasajeros por motivos “humanitarios”.
Las cuotas establecidas en la Ley de inmigración de 1924 limitaban estrictamente el número de inmigrantes que se podían admitir en los Estados Unidos cada año. En 1939, la cuota anual combinada de inmigración germano-austríaca ascendía a 27.370, cifra que se alcanzaba rápidamente. De hecho, ya había una lista de espera de varios años. La única manera de otorgar los visados a los pasajeros del St. Louis era negándoselos a los miles de judíos alemanes que ya habían solicitado un visado. El Presidente Roosevelt podría haber emitido un decreto para admitir refugiados adicionales, pero decidió no hacerlo por varios motivos políticos.
La opinión pública estadounidense, a pesar de que simpatizaba ostensiblemente con la situación de los refugiados y condenaba la política de Hitler, seguía favoreciendo las restricciones de inmigración. La Gran Depresión había dejado a millones de estadounidenses sin empleo y temerosos de la competencia económica para los escasos trabajos disponibles. También había alimentado el antisemitismo, la xenofobia, el nativismo y el aislacionismo. Una encuesta de Fortune Magazine realizada en aquel entonces indicó que el 83% de los estadounidenses se oponía a la flexibilización de las restricciones de inmigración.
Muy pocos políticos estaban dispuestos a desafiar el sentir de la nación. Al tiempo que los pasajeros del “St. Louis” buscaban asilo, el proyecto de ley Wagner-Rogers, que hubiera permitido la admisión de 20.000 niños judíos provenientes de Alemania independientemente de la cuota existente, fue rechazado en el comité.
El presidente Roosevelt guardó silencio en lo referente al proyecto de ley Wagner-Rogers y a la admisión de los pasajeros del “St. Louis”. Siguiendo la negativa del gobierno de los Estados Unidos de permitir el desembarque de los pasajeros, el “St. Louis” regresó a Europa el 6 de junio de 1939.
Las organizaciones judías (particularmente el JDC) negociaron con los gobiernos europeos para permitir que los pasajeros fueran admitidos en Gran Bretaña, Holanda, Bélgica y Francia. Muchos de los pasajeros que desembarcaron en la Europa continental más adelante se encontraron bajo el poder nazi.