¿Quién mandó matar a Raoul Wallenberg?
SALVÓ A MILES DE JUDÍOS DE LAS CÁMARAS DE GASES
Raoul Wallenberg, un diplomático sueco que salvó a miles de judíos de las cámaras de gas, fue uno de los héroes de la Segunda Guerra Mundial. Su desaparición ha estado rodeada de enigmas y sospechas. Un libro publicado en Rusia hace poco podría contribuir a aclarar las circunstancias de su muerte.
Declarado justo entre las naciones por Israel en 1963, Wallenberg es un doble símbolo: de la operación humanitaria de países neutrales y de las coincidencias entre el totalitarismo nazi y el totalitarismo comunista. Wallenberg fue un empresario, arquitecto y diplomático sueco destinado a Budapest en el verano de 1944.
Para entonces cientos de miles de judíos húngaros habían sido deportados, en su mayoría a Auschwitz-Birkenau. La misión de Wallenberg era organizar el rescate del mayor número de judíos que pudiera. Para ello emitió con su compañero de la legación Per Anger pasaportes de protección, que acreditaban a los judíos como ciudadanos suecos a la espera de la repatriación. Para acogerlos alquiló inmuebles que fueron designados territorio sueco.
Otro diplomático, el español Ángel Sanz Briz, también salvó a miles de judíos en Budapest en 1944.
Su historia la cuenta Arcadi Espada en el libro En nombre de Franco (Espasa, 2013). Espada escribe: “Wallenberg llegó a Budapest a mediados de 1944. Llevaba una pistola, un traje deportivo, un smoking y una larga gabardina. Era un hombre convincente y atractivo y rápidamente se rodeó de un pequeño grupo de colaboradores incondicionales”. Espada conversa en el libro con Elizabeth Szel, cuyo primer marido fue conductor de Wallenberg. Szel, que luego se casaría con el director de cine Leon Klimovski y escribió algunos guiones, publicó Operación noche y niebla: el caso Wallenberg (1961), una versión novelada de los hechos que Klimovski tradujo al español. También, cuenta Espada, redactó un breve texto de no ficción sobre el diplomático.
Wallenberg desapareció en enero de 1945. Las sospechas recayeron enseguida en los servicios secretos soviéticos. Las actividades y vínculos de Wallenberg con líderes nazis y organismos occidentales podían interpretarse fácilmente como espionaje. La URSS tardó en reconocer su participación. Solo en 1957, cuando intentaba mejorar sus relaciones con Suecia, admitió la muerte de Wallenberg en prisión diez años antes, el 17 de julio de 1947. La causa aducida era un ataque al corazón. Los años y los cambios políticos no sirvieron para resolver el secreto. No ocurrió en la época de Gorbáchov. En 2000 un informe conjunto de Rusia y Suecia sobre el caso señalaba que los documentos originales habían desaparecido.
Algunos investigadores insistían en que los rusos retenían pruebas claves. Según escribió la experta en espionaje soviético Amy Knight en la New York Review of Books, en 2009 un alto funcionario del FSB, el servicio secreto ruso, admitió que había muchos interrogantes en el caso en un artículo publicado en el diario Vremia Novostei. Un año después el FSB envió una carta de ocho páginas a dos investigadores, Susanne Berger y Vadim Birstein. En ella, se decía que Wallenberg era con toda probabilidad el prisionero número 7 de la Lubianka que fue interrogado durante dieciséis horas el 23 de julio de 1947.
El periodista Neil MacFarquhar ha contado en el New York Times que un libro publicado en Rusia en junio podría aclarar algunos aspectos de la historia. Se trata del diario del director del KGB Ivan A. Sevrov, fallecido en 1990. La historia es rocambolesca. La nieta, una bailarina retirada, estaba arreglando un garaje en una casa de campo que había pertenecido a Sevrov. Los obreros encontraron en una pared las anotaciones del antiguo dirigente, que las habría ocultado en los años setenta. Este verano ha salido en ruso una edición reducida del diario, titulada “Notas de una maleta: Los diarios secretos del primer director de la KGB, encontrados 25 años después de su muerte”.
Media docena de páginas hablan de Wallenberg. Sevrov cuenta que Jruschov le había encargado que aclarase el caso. No consiguió establecer una prueba definitiva, aunque logró consultar informes y manifestó su convicción de que había sido “liquidado”. El diario incluye referencias a un informe sobre la cremación de Wallenberg firmado por dos funcionarios de la Lubianka en 1947, así como a la declaración de Vikor Abakumov, jefe del espionaje soviético anterior, que decía que la orden de matar al diplomático había partido de las instancias más altas, lo que apunta a Stalin y su ministro de exteriores, Molotov. Posiblemente la declaración se produjo en un interrogatorio: Abakumov fue purgado en 1951 y ejecutado por traición en 1954.
Eduardo Eurnekian y Baruch Tenembaum han escrito en nombre de la International Raoul Wallenberg Foundation una carta abierta al presidente Putin para que ayude a localizar los restos del diplomático. Para ellos el diario es una confirmación. Junto a la carta, reproducen también un mensaje de un diplomático ruso -actual embajador en Canadá- que admitía la responsabilidad de la Unión Soviética y de su líder en la desaparición de Wallenberg.
Marie Dupuy, nieta de Wallenberg, se ha mostrado cautelosa. Ha escrito en su página web, Buscando a Raoul Wallenberg, que ha pedido al FSB ver los documentos originales, y ha manifestado escepticismo con respecto a la precisión de lo que cuenta Sevrov. El historiador Nikita Petrov, vinculado a Memorial y especializado en la historia los servicios secretos soviéticos, ha declarado a Letras Libres: “Estos diarios son un texto real y serio. La versión publicada no es completa, pero incluye información muy interesante e importante”.